domingo, 30 de agosto de 2009

TIPOS DE CLIENTES. El cliente mofeta.

Si, el cliente mofeta. Ya podéis suponer a que se debe el nombre, así que debo advertir que este nuevo post puede herir sensibilidades. El cliente mofeta es aquel cliente que si no es alérgico al agua, poco le falta. Se caracteriza por llevar más de (me atrevería a decir) 2 semanas sin visitar el cuarto de baño y por su olfato totalmente atrofiado. No es necesario que diga que la higiene personal, al menos en mi caso, es muy importante y ducharse a diario y mantener una higiene impecable (lo que conlleva lavado de dientes, mantener uñas limpias, etc) es primordial. Pero lamentablemente, y digo lamentable porque yo lo tengo que sufrir (no me quiero ni imaginar por lo que pasaran según que médicos), hay gente que este tema no lo tiene muy claro.
Por si a alguien le queda alguna duda de cómo se reconoce a un cliente mofeta, voy a pasar a detallarlo con dos ejemplos (pero que vaya, que pongo dos como podría poner 100).
Cliente mofeta número 1: Son las diez de la mañana, aparece un cliente por la puerta. Entra, saluda y ya a cierta distancia…. ¡¡zas!! el bofetón en la nariz, y ya queda patente que tenemos visita de un cliente mofeta. Lo curioso de este señor fue, y es totalmente verídico como todo lo que cuento aquí, que vino acompañado de una mosca revoloteando a su alrededor. Nunca más me ha vuelto a pasar, pero si, fue así. Una mosca a su alrededor. En un primer momento pensé que aquella mosca era una de tantas, pero no fue así. Era suya, de su propiedad y le acompañaba allá donde iba. Debía de ser una especie de mascota o algo del estilo. El caso fue que entramos a gabinete y le estuve graduando y casi tuve que graduar a la mosca también, porque por supuesto entró con él y allí que anduvo. Y cuando salimos y mientras el señor se probaba unas monturas, la mosca le acompañaba, suponía yo que para darle opinión. No hace falta decir que cuando salió por la puerta, la mosca se fue con él.
Supongo que el detalle de la mosca deja patente el nivel de olor al que tuve que hacer frente como una auténtica campeona.

Cliente mofeta número 2: señor que entra con su querida esposa (sin glándula olfativa tampoco) por la puerta. Es verano, así que imaginaos los niveles que puede llegar a alcanzar un cliente mofeta en esa época, puede ser brutal. Este fue más duro y difícil de soportar que el cliente mofeta número 1.
Ya las pintas eran un poco raras. El señor venia con una camisa medio abierta, digo medio por decir algo, porque llevaba uno de sus pechos (si, por tamaño era ya un pecho) al descubierto (y yo supongo y espero que con ese “look” no querría seducir con ello a ninguna jovencita), así en plan blandito que al caminar iba haciendo botes aquello. Esperpéntico. Pues ya me veis a mí, allí en el gabinete (gracias a dios siempre tengo la costumbre de dejar la puerta abierta, en posible previsión de este tipo de clientela) intentando graduar lo más a prisa que podía, con unas náuseas que ya eran imposibles de disimular, pensando en la excusa que tendría que poner para huir al lavabo y descargar. Fue horrible, y mientras yo pensaba eso, iba preguntando, y el señor: P, A, Z, E….
Y mientras yo sudaba (literal) por lo mal que lo estaba pasando, oía a mi compañero (si, por aquel entonces tenía compañero) y a la chica de la limpieza (si, por aquel entonces también tenía señora de la limpieza) descojonarse vivos al tiempo que escuchaba un ruidillo sospechoso (¡flic! ¡flic!) de un ambientador.
Lo despaché pronto, pero creo que aún tengo secuelas de aquello.
¡Que dura es mi vida a veces!

miércoles, 12 de agosto de 2009

TIPOS DE CLIENTES. El cliente Marrón

El cliente Marrón tiene la capacidad, y sin tratarse de ningún médium, de hacerte ver el futuro. Es aquel cliente que, en cuanto entra por la puerta, sabes que es un Marrón, que hagas lo que hagas, será un Marrón y por tanto, tendrás un bonito pollo asegurado.
Hoy mismo, sin ir más lejos:
Entra una señora por la puerta (pienso, “vaya, Marrón, a saber que quiere”)
Después de una conversación donde le explicaba a la amable señora (amable por ser cortés, porque yo ya sabia que era un marrón y que algo estaba a punto de ocurrir…) que no tenia ninguna montura para aprovechar unos cristales de una gafa que traía rota, me pide un presupuesto con el precio total de montura más cristales. Bien, le muestro varias monturas de pasta y la señora se las prueba.
Una vez ya ha visto unas cuantas que le interesan y después de escribirle el presupuesto en una hoja, la señora se marcha.
(Y pensé “¿me habré equivocado por primera vez en la vida?” Tenía toda la pinta de un marronaco increíble…)
Media hora después. Entra la señora otra vez… (Y pienso: “¡ahora! A ver con que me sorprende”)

- Oye bonita, estas gafas no son las mías
- ¿Perdón? ¿Como no van a ser las suyas?
- Si, que seguramente las habremos cambiado por alguna que me he probado.
- A ver… es imposible que haya sucedido semejante cosa. Usted lleva 8 dioptrías en su gafa, ¿Qué no ve que lleva cristales su montura? ¿Cómo se las va a cambiar por alguna otra que tenga yo en la tienda? Es del todo imposible
- Es que las mías eran más grandes y estas son más chicas, y además estaban torcidas.
- Y siguen muy torcidas, señora.
- No, no, esta no es mi gafa. La mía no era así, y además esta es azul. Esta no es la mía.

Y así un buen rato.

El cliente Marrón también tiene la capacidad de poner a prueba la paciencia de su interlocutor. Las buenas maneras se empiezan a volver de forma gradual algo más frías y de allí pasan a tajantes. Ni por activa ni por pasiva ni explicándoselo de ninguna de las maneras se logra convencer al cliente Marrón.
Finalmente la señora se ha ido cabreadísima porque esa no era su gafa.
En fin, que solo me quedan dos días para coger mis vacaciones y creo que la clienta Marrón, como Terminador en su día, volverá, si, para que me vaya bien contenta. Y volverá para montarme el pollo madre porque esa no es su gafa. ¿Hay apuestas?

miércoles, 5 de agosto de 2009

TIPOS DE CLIENTES. El cliente exhibicionista.

El cliente exhibicionista es aquél que gusta de mostrar partes de su cuerpo. Sea un señor o una señora. Por lo general, y sobretodo, suelen enseñar heridas o hematomas producidos por alguna caída y lo enseñan a modo de hacerte ver cuan doloroso fue el momento.
No es que se ponga en duda en ningún momento, pero supongo que gustan de enseñarlo para mostrar in situ las consecuencias de cualquier accidente doméstico o no tan domestico.
El caso más reciente es el que detallo a continuación:
Entra un señor, aparentemente normal, se queda delante del mostrador.
- Hola, muy buenas. Mira, te traigo unas gafas, ponme una varilla igual que esta otra que me pusieron en una óptica del pueblo porque se me rompió.
- Bien, déjeme ver. Pues no tengo varillas de este tipo. Tendría que cambiar las dos si quiere tener las dos varillas iguales.
- Ah, pues entonces ponme la varilla como la que llevaba. La que se me rompió.
- Es que como la gafa no la compró aquí, no puedo saber que modelo ni que fabricante es. De igual forma, como la montura tiene pinta de tener ya muchos años (por no decirle más años que matusalén) pues va a ser que no la voy a encontrar. Tendría que cambiar las dos.
- Ya, pero yo no quiero cambiar las dos. Ponme o una como esta o otra como la nueva.
- Ya, si, pero a ver…que como la vieja no puede ser porque no se debe fabricar ya (vamos, como que hace 20 años que se dejó de fabricar, tirando por lo corto) y como la nueva yo no se la puedo poner, porque no tengo otra igual y tampoco sé que fabricante es.
- Pero es que donde me pusieron esta nueva, me dijeron que en la óptica donde me hice las gafas me pedirían la suya, para que fuera igual.
- Si, pero a ver, aquí usted se hizo los cristales, pero la montura no la compró aquí. De igual forma, esta montura tiene muchos años ya, el fabricante no tendrá el recambio ( si existe el fabricante)
- Si, tiene muchos años ya. 30 años tiene la montura, tú ni habrías nacido. No te rías que no te engaño.
- Pues por eso mismo.
- Bueno, pues entonces que hacemos? ¿Te las dejó y me cambias una?
- Pero que no tengo. Que tendrían que ser las dos.
- Pero yo dos no quiero. Solo quiero una, para que sean iguales. Es que no me entiendes nada. Es que no me explico o que? No me entiendes (el señor ya cabreado)
- A ver, mire, se lo vuelvo a explicar (total, otra vez le explico lo mejor que puedo el temita). ¿lo entiende ahora?

- Ah, bueno, entonces no puede ser.

- No, o las dos, si yo tuviera o se quedan así.

- Vale, “cucha” que te iba a decir…. Ay, ahora se me ha “olvidao”…

- Pues no sé, usted sabrá

- Se me ha “olvidao”, bueno, es igual, pues venga, me voy.

- Muy bien, buenos días entonces

El cliente se da media vuelta y camina en dirección a la puerta, cuando de repente y sin previo aviso se gira de golpe.

- ¡Que ya me acuerdo!! Que se me olvidaba enseñarte algo.

Acto seguido y ante mi enorme cara de sorpresa, el señor se levanta la camisa y deja al descubierto su barriga con varias cicatrices. Mi impulso, en ese momento, fue de taparme el rostro cual vampiro reaccionando a la luz del sol. Pero contra todo pronostico logro sobreponerme evitando fijar la mirada en la barriga-criptonita de ese buen hombre.

- Esta de aquí (señalándome una de las cicatrices) que es la más grande…
- No hace falta que me las enseñe, de verdad…
- Si para que la veas,
- Que ya me hago a la idea…
- Pues esta (señalándola otra vez) es de la operación del cono.
- ¿Del cono?
- Si, del cono. ¿Tú no sabes que es el cono?
- Pues ahora mismo…. ¡Ah! ¡¡¡El Colon!!!
- Si, eso, pues de eso es. Sabía yo que te tenía que enseñar algo. Bueno, pues anda, ya te dejo. Venga, adiós.
- Ale, adiós. (si, si, adiós muy buenas)


La duda es la siguiente: ¿a que venia? ¿realmente quería unas varillas o su misión era enseñarme la barriga?
A veces es mejor que no haya respuesta...